
Muchos fieles en todo el mundo lloraron el 3 de junio de 1963, al conocer la noticia del fallecimiento del Papa Juan XXIII, cuyo nombre era Angelo Giuseppe Roncalli. Noticias que fue anunciada, antes que por los medios de comunicación, por el tañido, en señal de luto, de las campanas de todas las iglesias de Roma. Tenía poco más de ochenta años y su elección a la Cátedra de Pedro había sido considerada como la de “un Papa de transición”, puesto que ya era mayo.
Sorprendió con su breve magisterio en que puso de manifiesto su personalidad humana y sacerdotal. De hecho, amplió los contactos con los fieles a través de sus visitas a las parroquias, a los hospitales y a las cárceles, adonde llevaba su sonrisa.
Esta es una oración que Juan XXIII solía recitar durante la misa:
Padre celestial,
Padre de la misericordia,
acepta la oración de tu siervo:
1) en satisfacción y remisión de todos mis pecados;
2) para la salud y la fuerza de mi alma y de mi casa
y de aquellos a los que estoy unido por los lazos de mi servicio;
3) en satisfacción y remisión de los pecados de los gobernantes,
de los prelados, las almas consagradas y de todos,
para que te dignes conceder la gracia del Espíritu Santo a todos;
4) por todos los pecadores del mundo,
para que se conviertan y Él y los reconduzca al camino de la salvación;
5) para consolar a los atribulados,
para que les des sostén y verdadera paciencia;
6) para aliviar y liberar las almas del purgatorio,
principalmente aquellas que tienen derecho a mis oraciones;
y finalmente, para que todas las personas que no han recibido la luz del Evangelio reciban la iluminación de la fe
y por nuestros hermanos separados,
para que todos te conozcan y te amen a ti,
Padre Todopoderoso, que con el Hijo y el Espíritu Santo
eres bendecido por los siglos de los siglos.
Así sea.
Fuente: vaticannews.va